Resulta paradójico en todos los ámbitos en la sociedad actual, que cuanta más información disponemos sobre un tema, más reparos tenemos sobre su aplicación o relación con nuestra vida cotidiana. En el caso de los residuos de productos fitosanitarios en las frutas y hortalizas, basta mirar 20 o 25 años atrás, para recordar como en la agricultura se utilizaban numerosas sustancias que ahora, a la vista de los conocimientos actuales, nos parecen aberrantes que se pudieran siquiera aplicar, aunque en aquellos momentos, nadie, o muy pocos, se planteaban otra meta que asegurar la cosecha para comer todos los días, además, con todas las bendiciones científicas y técnicas de la época.

 

También es curioso observar como ahora, con las modernas tecnologías analíticas a que son sometidas las frutas y hortalizas que se comercializan, las exigencias van más allá, al menos desde un punto de vista comercial, y trascienden de las propias normas establecidas y sus márgenes de seguridad, para tratar de aplicar criterios todavía más restrictivos (50% de residuos, no más de 3 residuos aunque estén por debajo del LMR, etc.). ¿Realmente los consumidores tienen reparos a la hora de consumir tales frutas y hortalizas? ó únicamente se trata de argucias comerciales para manejar los precios y el mercado. Y si es cierto que los consumidores tienen tales reparos, ¿es que no confían en la Administración que les gobierna, ni en los profesionales que fijan los criterios y límites que pueden ser aceptables para el consumo?, o solo se trata de "levantar y sembrar sospechas que permitan la consecución de ciertas metas, más o menos inconfesables" por parte de algunas organizaciones, ya saben, lo de "tirar la piedra y esconder la mano".

 

Curiosamente, las organizaciones y asociaciones independientes que dicen preocuparse de la salud de los consumidores, no cejan en su afán de protagonismo, generando listas y documentos que colocan circunstancialmente a cadenas y supermercados en posiciones comerciales poco favorables, en base a datos y análisis que no siempre pueden ser contrastados ni contestados oportunamente, de forma que les obligan a adoptar medidas cautelares, con o sin fundamento, que acaban penalizando aún más si cabe, a los productores, como si ellos fueran los culpables de todo. En la práctica, no hay ningún dato contrastado que relacione en los últimos 15-20 años en Europa, incidentes sobre los consumidores, relacionados con la presencia de residuos de fitosanitarios, por encima o por debajo del LMR, y que justifique el temor y la angustia que suelen suscitar entre estos, las noticias generadas.

Tanta confusión se extiende más allá de los propios consumidores, y afecta de manera especial a los productores españoles de frutas y hortalizas, que viven en una situación de precariedad continua, sometidos a normas y criterios restrictivos y leoninos a veces, por parte de quienes les compran las frutas y hortalizas, a lo que hay que sumar por otro lado, la pasividad de la Administración nacional y europea que deja en manos del mercado y "los mercaderes", la regulación de este, como si de un contrato simple entre partes se tratase, sin más.

Frecuentemente podemos escuchar como se habla de cantidades ingentes de sustancias activas fitosanitarias que pueden ser aplicadas sobre los cultivos (más de 1.300), cuando esto no es un dato real, ya que las que existen disponibles en el mercado son muchas menos, y aún serán menos en pocos años, cuando finalicen las actuaciones puestas en marcha por la UE el año 91, en que la Directiva 91/414 vio la luz y comenzó el proceso de armonización de los productos fitosanitarios registrados en cada uno de los países.

Desde entonces, mucho ha llovido pero poco ha calado, resultando que se han "caído" de la lista, más de 500 sustancias y existe la certeza de que serán pocas más de 100 las que queden cuando finalice el proceso. Eso significa, que los agricultores deberán hilar muy fino para poder luchar contra las plagas y enfermedades que afectan a los cultivos, con las pocas herramientas químicas que le quedarán disponibles, debiendo evitar las repeticiones de productos que puedan favorecer la pérdida de eficacia contra el problema o la aparición de resistencias.

Y por si faltaba algo, a finales de 2007 se planteó en la UE, afortunadamente sin éxito, una propuesta de reducción de materias activas muy severa, aunque aún puede salir adelante en futuras lecturas que se haga de la misma.

Hace unos años hablábamos de cultivos menores para referirnos a aquellos que por la poca superficie de cultivo existente, tenían pocas o ninguna sustancia autorizada para el control de plagas y enfermedades. Hoy, hay que extender esta referencia a la mayor parte de los cultivos, y en un futuro no muy lejano, a todos absolutamente, debido a las pocas sustancias que quedarán autorizadas y a las limitaciones legales para extender los usos a otros problemas y cultivos.

La situación amenaza con ser delicada y probablemente, para algunos cultivos será realmente limitante, bien porque no sea posible producirlos sin ninguna herramienta química, o bien, porque siendo posible producirlos con otras herramientas, biológicas y biotecnológicas sobre todo, no sean viables económicamente o los mercados no estén dispuestos a pagar el precio que realmente cueste producirlos. En este orden de cosas, destacar la no aceptación por parte de la sociedad, de los cultivos manipulados genéticamente, que podrían ser en algunos casos, una solución importante para la eliminación de los tratamientos fitosanitarios.

 

En este sentido, hemos de aceptar que la sociedad de consumo, como en tantas otras facetas, predica una cosa pero hace otra. Todos estamos de acuerdo, si nos piden opinión como consumidores pasivos, que hay que evitar el uso de fitosanitarios, que no hay que agotar las energías, que debemos ahorrar agua, que no debemos contaminar más, etc., pero cuando actuamos como consumidores activos, raramente seleccionamos las frutas y hortalizas por parámetros distintos de la vista, el color, la presentación y el precio (cada cual pone el orden que le conviene), sin pararnos a comprobar si proceden de cultivos más o menos respetuosos, o si han sido producidos bajo una norma específica de calidad y seguridad, que obliga al productor a actuar de forma singular y por tanto, estaría justificado un precio mayor por ese esfuerzo. Y no hablamos de la producción ecológica, minoritaria en estos momentos, sino de la producción que genera alimentos para más del 80 de la población. Alguien podría decir que delega en su "supermercado" esta actitud de búsqueda y selección de productos seguros y respetuosos, pero no dejaría de ser una excusa hipócrita, ya que no siempre existe la certeza de que ese sea el criterio que rige la gestión de compra por parte del supermercado y la oferta al consumidor.

Pero esta situación compleja y difícil de explicar y entender, no debe tampoco llevarnos a la desesperanza total. Debe más bien, ser el acicate que empuje a los productores a cambiar sus planteamientos y adoptar y aplicar nuevas tecnologías y métodos en sus cultivos, de manera que podamos realmente avanzar en la consecución de cosechas más seguras y respetuosas, de gran calidad y por tanto, con gran capacidad de competir por los mercados más selectos, con las producciones de otros países. Para ello, es necesario que la investigación y experimentación, sean fuertes y ahonden en los problemas que realmente tienen los agricultores y los cultivos, buscando soluciones que no dependan del uso de productos fitosanitarios exclusivamente, que sean eficientes y viables, y eviten que la mano de obra y los insumos básicos (agua, suelo, nutrientes), sean elementos excluyentes. No hay que dejar de lado la necesidad de transmitir a los consumidores y comercializadores, tales avances y logros, con el fin de que puedan ser valorados y utilizados como argumentos positivos en apoyo de nuestras producciones, a la hora de realizar la compra de tales productos.

 

Aunque la situación de pérdida de productos fitosanitarios es irreversible y en algunos casos y cultivos, amenaza con ser un factor limitante, debemos mantener el optimismo, pues no hace tantos años que los agricultores disponían de productos autorizados para su uso, que parecían imprescindibles para ciertos cultivos, y tras su desaparición, ha sido posible la supervivencia de tales cultivos (la desaparición de metil paration por ejemplo para el uso en cítricos y luego en pa rral, o de fention para el control de mosca de la fruta, y mucho antes, la de clorados que protegían la mayor parte de los cultivos, de forma polivalente).

Ejemplos como la Región de Murcia, que desde hace varios años, viene apostando claramente por la incorporación a las técnicas productivas, de métodos y sistemas de lucha contra plagas y enfermedades, que reducen o evitan el uso de fitosanitarios, que favorecen la proliferación de fauna útil y que permiten la producción de cosechas con ausencia de residuos o con niveles bajísimos de estos, en número y cantidad, es sin lugar a dudas, un camino a seguir.

Alcanzar estas metas no es tarea fácil, y precisa de un fuerte apoyo de la Administración y de los centros de investigación correspondientes. También el sector, a través de sus organizaciones profesionales, debe participar y colaborar en estos procesos de actualización y puesta a punto de las nuevas tecnologías.

Y desde luego, el receptor último, el agricultor, debe apostar por una actualización de sus conocimientos y capacidades, ha de profesionalizar su actividad y tecnificar al máximo sus actuaciones, si quiere seguir estando en el mercado.

 

Aunque resulta difícil, habría que lograr integrar la faceta de producción con la de comercialización. Ambas necesitan en nuestro ámbito, una firme actualización y puesta al día, de manera que no se produzca aquello que no se puede vender, pero que se venda bien aquello que se produce y desde luego, que se produzca y se venda de la mejor manera posible. Es complicado pedir al agricultor que además del esfuerzo de producir, asuma el de comercializar, pero la realidad se empeña en ser tozuda y pone de manifiesto, de forma sistemática, que quienes producen y comercializan simultáneamente, son los que mejor posición tienen en el mercado (sin ser esto la panacea para la supervivencia). Para quienes no tienen las dos facetas, la integración en plataformas, cooperativas o cualquier otro tipo de organización similar con tales fines, es un paso necesario que habrá que dar en un futuro no muy lejano. Aprendamos de quienes nos compran y busquemos alternativas a la oferta, agrupándola, haciéndola fuerte, como única salida para no desaparecer.

No debemos empeñarnos en producir lo que nos apetece o lo que nos gusta, o lo que sabemos hacer de siempre, ya que esa política nos puede llevar a la ruina en poco tiempo. Pero tampoco deberíamos dejar que el sector productor vaya a remolque de las demandas de los mercados, sino que debería innovar e ir por delante, buscando alternativas, ofreciendo propuestas, de acuerdo con las posibilidades reales de producción, que satisfagan a los consumidores y hagan rentable el esfuerzo. En este sentido, la búsqueda de variedades nuevas, con características adecuadas a los gustos de los consumidores (a los que hay que conocer y evaluar) como pueden ser las uvas sin semilla, naranjas que se pelan con facilidad, hortalizas de tamaño reducido, frutas de carne dura y crujiente, recuperación del sabor, el olor, la textura, etc., deben ser metas necesarias para el sector, que identifiquen una voluntad de cambio y a la vez, permanencia en el mercado.

Pero a pesar de todo lo dicho, no deberíamos dar por perdida la batalla del uso de productos fitosanitarios. No siempre, quienes nos gobiernan y toman las decisiones, aciertan con ellas. Desde un punto de vista global, resulta complicado explicar porqué en ciertos países del mundo, productores agrícolas como los nuestros, tienen libertad y autoridad para utilizar aquellas sustancias que aquí están demonizadas. ¿Es que sus consumidores son más resistentes que los europeos frente a la potencial presencia de tales sustancias?, o ¿es que a sus líderes no les preocupa tanto la salud y la seguridad alimentaria como a los nuestros?, ó quizás es que ¿confían en que nunca nos comeremos nosotros sus producciones?

 

Algunos cultivos tendrán serios problemas de producción en nuestro ámbito si no se permite, de la forma más segura posible, la utilización de algunas sustancias fitosanitarias. En tal caso, si dejamos de producir tales alimentos, ¿los supermercados harán campaña entre los consumidores para que dejen de comer tales frutas? (albaricoque, por ejemplo, o algunas hortalizas, especialmente todas las que integran las nuevas ensaladas, tan de moda en las propuestas de alimentación sana), o lo que harán, para atender la demanda de sus clientes, será traer de otros países tales productos, y en tal caso, ¿las exigencias de garantías, serán las mismas que nos aplican actualmente a los productores españoles?

Habría que buscar soluciones prácticas eficientes, que permitan la supervivencia de un sector, de gran importancia en nuestra economía, sin menoscabo de la seguridad y la sanidad de lo producido, con las máximas garantías, pero a la vez, con la posibilidad de usar las herramientas que permitan una producción que asegure la viabilidad económica del mismo. La falta de información, puede ser tan mala como la información sesgada o manipulada. Alguna vez, habrá que empezar a poner cordura en tantos elementos que afectan a los productores y porqué no, a los consumidores, si no queremos acabar dejando lo básico, la alimentación, en manos menos controladas y seguras que las propias nuestras.

Comprar Revista Phytoma 197 - MARZO 2008