Este título encierra en apariencia una fuerte contradicción, porque proteger algo que nos hace daño significa no sólo tolerarlo, sino pasar a una actitud activa para favorecer intencionadamente a nuestro enemigo. Las malas hierbas interfieren negativamente con nuestras especies cultivadas compitiendo con ellas por el espacio, luz, agua y nutrientes del suelo, cuando no generando sustancias alelopáticas que las perjudican. Una gran parte del trabajo tradicional agrícola ha siempre giró alrededor de eliminar o evitar el desarrollo de las malas hierbas y se ha dicho en más de una ocasión que éstas quitan, de hecho, más dinero al agricultor que las plagas y las enfermedades juntas.
Pero por otro lado, hoy se insiste cada vez más en la necesidad perentoria de proteger la diversidad biológica, habiéndose llegado al convencimiento de que la conservación de plantas y de animales no es sólo una cuestión de moda sino algo estrechamente ligado a la supervivencia misma de nuestra propia especie humana. La estabilidad de la Biosfera depende de la biodiversidad existente y cada componente que se pierde es, además, un posible recurso que podríamos necesitar el día de mañana.
Resulta por tanto estimulante tratar simultáneamente y buscar la intersección de estos dos mundos en cierto modo opuestos, la lucha contra las malas hierbas y la protección de las especies vegetales.
Tal intersección no es demasiado evidente. Es necesario definirla antes de pasar a evaluar la posible gravedad del problema y de plantear soluciones. En primer lugar debemos distinguir los individuos de las especies. Que desaparezca la amapola en un campo de cultivo o de una pequeña comarca agrícola no es especialmente grave y en el fondo coincidiría con el deseo de los agricultores de esa zona. Pero las especies están formadas por conjuntos de poblaciones de individuos y el que desapareciera la amapola como especie sobre la faz de la Tierra sí sería grave, como lo sería la desaparición de cualquier otra especie en cuanto esto supone un paso atrás en la biodiversidad existente. Y aunque pueda alegarse que la extinción ha sido algo normal a lo largo de la evolución biológica, también es cierto que su ritmo se ha multiplicado por mil como consecuencia de la intensa actividad humana de los últimos siglos. Pero retornando a la amapola, y aun cuando tienda a desaparecer con los tratamientos, es poco realista preocuparse demasiado por una especie que a todas luces se encuentra todavía muy alejada de su extinción.
No se trata por tanto, ni mucho menos, de renunciar a la lucha contra las malas hierbas como parte de nuestras prácticas agrícolas habituales. Proteger malas hierbas no implica, por ejemplo, proscribir el uso de herbicidas con carácter general. Sí puede convenir, en cambio, poner algunas restricciones en situaciones concretas, con determinadas especies. Hay que enfocar nuestra atención, no a las malas hierbas comunes sino a las más raras, a las más locales, a aquéllas que no tienen un área de distribución suficientemente amplia para que esa amplitud pueda en sí proporcionar una defensa contra la extinción.
España es el país europeo donde crece un número más alto de especies vegetales (unas 8.000) entre las cuales al menos 1400 son endémicas, es decir exclusivas de nuestro territorio. Unos 500 de estos endemismos pueden considerarse en mayor o menor grado amenazados. En su mayoría viven en roquedos, estepas, pastizales, etc. y sólo algunos están asociados a etapas ecológicas extremas como los bosques o los campos de cultivo. Vale la pena comprobar cuántas malas hierbas se encuentran en estas listas. Del "Libro Rojo de especies vegetalesamenazadas de España Peninsular e Islas Baleares" coordinado por el autor y publicado en 1987 (ICONA) entresacamos las que siguen:
Anchusa puechii Guiraoa arvensis
Centaurea cordubensis Lycocarpus fugax
Centaurea citricolor Silene diclinis
Delphinium bolosii Sisymbrium assoanum
Euphorbia mazarronensis Sisymbrium cavanillesianum
Vemos que no son muchas. Podrían aumentar tras la inminente publicación de un nuevo Libro Rojo por la DGCN o también si ampliamos algo el concepto de mala hierba para incluir otras especies adaptadas a hábitats similares, no necesariamente agrícolas. En cualquier caso, creemos haber acotado suficientemente el problema para España, al menos por el momento.
En la lista hay algunas especies emblemáticas desde el punto de vista de la conservación. G. arvensis es, por ejemplo, una crucífera oportunista que apare ce y desaparece en lugares perturbados del SE de la Península (Figura 1). La buscamos sin éxito durante tres días en su locus classicus (cultivos en Jumilla, Murcia) para verla después muy abundante colonizando en primera instancia los terraplenes de la autovía Alicante-Murcia, entonces en construcción. Tres años después había desaparecido por completo de esa localidad, cediendo seguramente a la competencia de otras especies. Sisymbrium cavanillesianum (Figura 2) se cita en los libros de finales del siglo XIX en la Casa de Campo y en La Moncloa (sic) pero entre los años 1940-60 se llegó a dar por extinta. Hoy se conocen de ella hasta media docena de localidades donde nunca es abundante. G.arvensis y L. fugax son endémicas a nivel genérico.
¿Qué hacer ahora con este puñado de malas hierbas donde su limitada área de distribución supone ya un cierto riesgo? ¿Qué formas hay de evitar que las prácticas agrícolas habituales no las empujen aún más hacia la extinción?
Colectar semilla y conservarla a largo plazo en un banco de germoplasma es la solución más fácil e inmediata, aunque no suficiente. A este respecto hay que decir que al menos muestras de seis de estas especies se encuentran ya almacenadas en nuestro banco de semillas de la Escuela T. S. de Ing. Agrónomos (UPM) y en otros bancos. Pero a ese tipo de métodos ex situ es imprescindible superponer otros in situ, esto es, mediante la protección de áreas en la misma Naturaleza.
Los espacios o "reservas" donde se protejan estas malas hierbas diferirán en general de los espacios protegido habituales porque deberán tener un carácter marcadamente agrícola, ya que al fin y al cabo son plantas arvenses lo que deseamos proteger. Sería bueno en ellos habilitar algunos ribazos, baldíos, etc. para favorecer nuestro propósito, así como mantener una cierta vigilancia sobre la especie a proteger y, desde luego, abstenerse del uso de herbicidas. Para las empresas de productos fitosanitarios las ventas bajarían sólo de un modo imperceptible y ello se vería sobradamente compensado por la buena imagen que podría traer consigo una actitud conservacionista, completada o no con alguna otra acción de mecenazgo en la misma dirección. La agricultura a practicar en estas reservas debería ser necesariamente tendente a lo tradicional y, por ello, parcialmente subvencionada.
Aunque no sea fundamental para el tema que nos ocupa, no vendría nada mal desarrollar una red de fincas museo de 5-10 hectáreas donde se reviva esa agricultura que venía de siglos atrás con gañanes, mulas, carros, siega con hoces, eras, trillos, pajares, etc., esa agricultura que se esfumó totalmente en la década entre los años 1960-70. Tales fincas - una en cada comunidad autónoma como objetivo idóneo - serían probablemente autofinanciables por el turismo, podrían cumplir fines de investigación o docencia, y tendrían un valor inapreciable en el campo de la conservación, tanto de malas hierbas amenazadas como de cultivares tradicionales en desuso y otros recursos fitogenéticos de interés.
Evitar la extinción de las malas hierbas que más lo necesitan no es un problema complejo porque se trata sólo de un grupo pequeño de especies locales y poco agresivas. Lo que importa es enfocarlo bien, tener sensibilidad y cuidado al tratarlo, y tomar medidas que tengan en cuenta las especiales circunstancias de estas plantas y su particular hábitat.
Un problema bastante distinto sería la protección de malas hierbas comunes o muy comunes cuya variabilidad genética es interesante por ser parientes cercanos de otras especies cultivadas. En algunos casos, la planta cultivada y la mala hierba pertenecen incluso a la misma especie (como Daucus carota, Medicagosativa, Sinapis alba). La recolección de semillas a nivel poblacional y su almacenamiento en uno o varios bancos de semillas se nos ocurre que puede ser aquí la solución más práctica.