En poco tiempo hemos visto cambios importantes en la aplicación de la PAC. Muy recientemente tenemos los del tabaco, el algodón y el aceite. Las conversaciones entre la UE y MERCOSUR habrán alguna vez que llegar a un punto. Y todo indica que la PAC acabará por poner el fin a lo que el profesor Barea -que fuera en su tiempo asesor económico del ex Presidente Aznar-, llama la "desvinculación de las ayudas de la producción", pasando por que "cada agricultor producirá lo que demande el mercado a unos precios dados, sustituyendo las primas por un pago único a la explotación".
Todo ello exige, previamente, un compromiso real entre la Unión Europea y los EE UU, que son los que determinan las acciones de ayuda que ahora se intenta dejar de lado. Ciertamente las primas a la exportación son, a juicio de los que dirimen el cambio, las que impiden la mejoría de los países en desarrollo. Pero no se obtuvo la unanimidad, porque Portugal no la aceptó. Como es sabido su agricultura no está igual desarrollada que el resto, y Francia no parece dispuesta a la aceptación total de la medida. Ello, no obstante, ha dado paso a su aplicación en los tres productos aludidos más arriba, lo que va a servir de banco de pruebas que afine la aplicación total con un cierto tiempo por delante.
Si pudiéramos juntar todas las veces que desde distintos y varios ángulos, se ha insistido en que es algo que podría suceder en poco tiempo, y que a la agricultura española, en general, la cogía por el medio en su excesiva parcelación, tratando de convencer al conjunto de los agricultores que se acababa el tiempo de poder seguir con esa división y, justamente, tratando de hacer comprender que su mantenimiento era imposible que fuera rentable, incluido el hecho de ser el propio citricultor el que a tiempo parcial le hiciera frente a todo el trabajo que su propiedad requería, llenaríamos hojas y hojas de papel, y ello demostraría nuestra incapacidad de comprensión, porque el hecho es ya algo vivo y determinante en el algodón, el tabaco y el aceite de oliva.
Ciertamente, es mucho el tiempo en el que de distintas formas han tratado los comentaristas agrícolas, así como los de mayores estudios en convencer a todos los pequeños parcelistas del problema que se les venía encima, instándolas a reflexionar y tomar disposiciones que les llevaran a cambiar, a unirse en las muchas formas existentes para producir en común. No hacerlo lleva a esperar el milagro de que alguien compre la propiedad para seguir haciendo lo mismo ampliando la dimensión o que llegue la construcción de polígonos, de pareados, de campos de golf, etcétera, que adquieran el huerto pagándolo lo que el mismo propietario estime bien, para lamentarlo más tarde.
Ver el cambio es difícil. Pero no hacer caso a cuantos lo han venido señalando es peor. Es un error de obstinación que luego se lamenta. ¿En qué insisten hoy mismo las Cooperativas?. En la dirección comentada. Si la base no tiene rentabilidad por sí misma, ¿quién se la puede dar?
Y, de otra parte, es evidente que tampoco se puede seguir ahogando a países inmersos en la peor de las hambre y la sed. Cuando más tarden en poder sacar rendimiento a sus producciones, más tardarán también en mejorar sus niveles de vida y menos posibilidades tendrán de necesitar lo que aún tiene lejos: un consumo de todo tipo de producciones industriales, agrícolas, de estudios, ocio y estarán obligados a adquirirlos donde ya los tienen los demás. Y este no es mundo de guerras y de odios.
Es el mundo del trabajo fecundo que puede unir a los pueblos, y elevar la vida y el conocimiento de aquellos que lo necesitan. ¿Nadie recuerda ya cómo estábamos nosotros mismos antes de adherirnos al entonces Mercado Común, de dónde nos llegaron los fondos para hacer autopistas y mejorar el conjunto de los niveles que sufríamos en un estado de cosas de locura?