El pasado 20 de mayo, la Comisión Europea, con la aprobación del Parlamento Europeo y Consejo, planteó el Pacto Verde Europeo como parte de la Agenda para alcanzar los objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. En definitiva, un plan para convertir a Europa en el primer continente climáticamente neutro en 2050 y donde el sector agrario y agroalimentario europeo cobran un protagonismo muy relevante a través de la estrategia ‘De la Granja a la mesa’ (Farm to Fork, F2F).
Entre sus pilares, se encuentra la reducción de la dependencia de los plaguicidas, donde la comisión tomará medidas adicionales para reducir el uso general y el riesgo de plaguicidas químicos en un 50%, así como el uso de plaguicidas “peligrosos” en un 50% para 2030. Y entre las alternativas que ofrece; revisar la directiva sobre el uso sostenible de plaguicidas, mejorar las disposiciones sobre el Manejo integrado de Plagas (MIP) y promover un mayor uso de formas alternativas seguras de proteger las cosechas de plagas y enfermedades.
Dentro de este apartado facilitará la comercialización de plaguicidas que contienen sustancias biológicas activas, reforzará la evaluación de riesgos medioambientales de los plaguicidas, actuará para reducir la duración del proceso de autorización de plaguicidas por parte de los estados miembros y propondrá cambios en el reglamento de 2009 sobre estadísticas de plaguicidas.
También como pilares de este F2F se plantea la reducción del exceso de fertilización, la reducción de las emisiones de GEI, el aumento de la resistencia antimicrobiana, o el bienestar animal entre otras.
La UE está haciendo una importante apuesta por la sostenibilidad. Aunque los pros y contras de esta estrategia sean cuestionables dado el actual momento que vivimos por la crisis COVID-19, y por si la UE cuenta con las herramientas y dotación económica necesaria para materializar está declaración de intenciones y que suponga efectivamente una agricultura sostenible, entendida desde sus tres vertientes, social, medioambiental y sobre todo económica, para evitar que la sostenibilidad se lleve por delante cientos de explotaciones agrarias. Pero, desde la biotecnología observamos que la estrategia F2F puede ser una ventana abierta para el desarrollo y potenciación de la biotecnología.
Ya que, como se destaca en el propio documento, uno de los pilares de este F2F es “la salud de las plantas”. En este apartado se insta a “adaptar normas para reforzar la vigilancia de las importaciones de plantas y en el territorio de la Unión. Las nuevas técnicas innovadoras, incluida la biotecnología y el desarrollo de productos biotecnológicos, puede desempeñar un papel en el aumento de la sostenibilidad, siempre que sea segura para los consumidores y el medio ambiente, a la vez que aporte beneficios para la sociedad en su conjunto. También puede acelerar el proceso de reducción de la dependencia de los plaguicidas”.
En este sentido, pensamos que la biotecnología tendrá un papel muy activo y necesario dentro de la sostenibilidad del sector agrícola y la actual situación que la agricultura está viviendo.
Y puede beneficiar a la sostenibilidad agraria, entendida desde sus tres vertientes, en varios sentidos:
-Activación de genes vinculados a procesos productivos para el aumento de la producción Kg/ha y calidad.
-Microbiología para aumentar la fertilidad de las tierras agrícolas cultivadas.
-Uso de microorganismos para control de plagas y enfermedades.
-Mejora cualitativa de la producción agraria en cuanto a valor nutricional y características organolépticas.
-Desarrollo de técnicas de cultivo en condiciones de reducción de aportación de agua y nutrientes.
Por ello, e independientemente de que la estrategia F2F siga adelante, la biotecnología y la innovación es el camino por el que la agricultura sostenible andará en los próximos decenios.
Vicente Puchol. Director técnico y gerente de EDYPRO