La gran expansión e intensificación del cultivo del olivar en nuestro país en las últimas décadas ha dado lugar a un escenario de insostenibilidad económica, sociocultural y ambiental (Gómez-Limón, 2010). Los problemas ambientales (Guzmán-Álvarez, 2005; Gómez Calero, 2009) son la erosión del suelo, la sobreexplotación de recursos hídricos, la contaminación difusa del agua, la pérdida de biodiversidad y el deterioro de paisajes agrarios tradicionales.
El uso inadecuado de los métodos de control químico de plagas y enfermedades está detrás de muchos de estos problemas ambientales, que no sólo producen un daño que repercute en toda la sociedad, sino que además disminuyen la renta agraria, al incrementar los gastos de explotación y/o disminuir la producción.
Por otro lado, también hemos asistido a una gran disminución de las materias activas autorizadas, con motivo de la acción legislativa de la Unión Europea en los últimos años, lo que repercute directamente en la fitosanidad y en los efectos negativos de unas praxis fitosanitarias deficientes, como la aparición de resistencias, inversión de flora, eliminación de especies positivas, etc.
Por todo ello, no pueden ser más necesarios los mecanismos de control biológico y biotecnológico en el olivar para afrontar los retos en la sanidad vegetal del olivar.