El modelo de horticultura intensiva es muy exitoso en cuanto a su productividad, pero ha dado lugar a un paisaje completamente cubierto de plástico. El establecimiento de setos entre los invernaderos con flora autóctona contribuiría a incrementar la biodiversidad y recuperar la acción de los insectos beneficiosos, reduciendo la presión de las plagas en el exterior. Sin embargo, es importante conocer cómo las plagas y sus enemigos naturales pueden utilizar esta vegetación.
La diversificación del agroecosistema contribuye a lograr una mayor intensificación ecológica, cuyo objetivo es aumentar la productividad del cultivo intensificando los procesos ecológicos mediante un uso más racional de los recursos (Bommarco y col., 2013). De esta manera, la biodiversidad promueve las relaciones antagonistas con los fitófagos a través del control biológico y una mayor salud de las plantas a través de las relaciones mutualistas mediante micorrizas y rizhobacterias. La biodiversidad aumenta la supervivencia de los enemigos naturales de las plagas y mejora su capacidad para controlarlas al proveerles alimento (polen, néctar, presa alternativa), así como hábitats favorables para su cobijo y reproducción (estrategias ‘top-down’) (Landis y col., 2000; Bianchi y col., 2006). Pero también puede tener un efecto directo sobre los herbívoros al establecer hábitats con plantas poco interesantes para ellos (estrategias ‘bottom-up’) (Finch y Collier, 2000).